lunes, 4 de febrero de 2008

Estímulo equivocado

Los demócratas de la Cámara de Representantes y la Casa Blanca llegaron a un acuerdo para un plan de estímulo económico. Desafortunadamente, el plan —conformado esencialmente por nada más que recortes fiscales concedidos en su mayor parte a gente en buena situación financiera— parece estar destinado al fracaso.

Específicamente, los demócratas aparentemente cedieron ante la rigidez ideológica de la administración Bush y renunciaron a sus demandas de incluir medidas que habrían ayudado a los que más lo necesitan. Y resulta que ésas eran las medidas que podrían haber logrado que el plan de estímulos fuera efectivo.

Son palabras duras, así que permítame explicar qué está sucediendo.

Aparte de los incentivos fiscales a las empresas —una historia triste que dejaré para otra columna—, el plan otorga 300 dólares a cada trabajador con salario menor a 75 mil dólares, además de dinero adicional a gente que gana lo suficiente como para pagar sumas importantes de impuestos al ingreso. Esto garantizaría que gran parte del dinero se destine a gente en buena situación financiera, lo cual pierde de vista totalmente el tema fundamental.

El objetivo de un plan de estímulos debe ser apoyar el gasto general, con el fin de evitar una recesión o limitar su profundidad. Si el dinero que el gobierno entrega no se gasta —si simplemente engrosa las cuentas bancarias de la gente o se usa para liquidar deudas—, el plan habrá fracasado.

Y enviar cheques a gente que tiene una buena posición económica hace poco o nada para incrementar el gasto total. La gente que tiene buenos ingresos, buen crédito y un empleo seguro, toma sus decisiones de gasto con base en su poder adquisitivo a largo plazo, más que en el monto de su último sueldo. Entregue a esa gente unos cientos de dólares extras y simplemente los pondrá en el banco.

De hecho, eso parece ser lo que sucedió principalmente con los recortes fiscales que los estadounidenses ricos recibieron durante la última recesión, en 2001.

Por otro lado, el dinero que se entrega a gente que no está bien económicamente -que sufre escasez de efectivo y vive al día- cumple una doble función: alivia las privaciones y aumenta el gasto de consumo.

Por eso es que muchas de las propuestas de estímulo que escuchamos hasta hace apenas unos días se enfocaban, en primer lugar, en expandir programas que ayudan específicamente a gente que está atravesando por un mal momento, centrándose en especial en el seguro de desempleo y los cupones de comida. Y éstas fueron las propuestas de estímulo económico que recibieron las mejores calificaciones en un análisis reciente de la Oficina de Presupuesto del Congreso, una entidad no partidista.

También se habló entre los demócratas sobre la posibilidad de otorgar ayuda temporal a los gobiernos locales y estatales, cuyas finanzas están siendo gravemente afectadas por la debilidad de la economía. Al igual que la ayuda para los desempleados, esto también habría cumplido dos funciones: aliviar privaciones y evitar recortes al gasto que podrían empeorar los problemas de la economía.

Pero al parecer la administración Bush tuvo éxito en su afán de aniquilar todas estas ideas, promoviendo en cambio un plan que proporciona dinero principalmente a quienes tienen menos probabilidades de gastarlo.

¿Por qué querría la administración hacer esto? No tiene nada que ver con un propósito de alentar la eficiencia económica, pues ninguna teoría económica o evidencia que yo conozca establece que las familias de clase alta y media tienen más probabilidades que los pobres o desempleados de gastar el dinero que se les devuelve. En vez de eso, lo que parece estar sucediendo es que la administración Bush se niega a respaldar cualquier cosa a la que no pueda llamarle “recorte fiscal”.

A su vez, ese rechazo es motivado por el compromiso de la administración de reducir los impuestos a los ricos y bloquear la ayuda a familias en problemas, compromiso que requiere mantener la premisa de que el gasto gubernamental siempre es algo malo. El resultado es un plan que no sólo es incapaz de ofrecer ayuda a quien más la necesita, sino que probablemente fracasará como medida de estímulo económico.

Unas palabras de Franklin Delano Roosevelt me vienen a la mente: ´´siempre hemos sabido que el egoísmo descarado es malo desde el punto de vista moral; ahora sabemos que también es malo para la economía”.

Y lo peor de esto es que los demócratas, que deberían haber tenido una posición fuerte —¿acaso a la administración le queda algo de credibilidad en política económica?—, al parecer han cedido casi por completo.

Sí, arrancaron algunas concesiones, incrementando la devolución fiscal para gente de bajos ingresos y reduciéndola para los ricos. Pero básicamente se dejaron intimidar para hacer las cosas como las quería la administración Bush.

Y eso a la postre podría ser algo muy malo.

No sabemos con seguridad qué tan profunda será la próxima depresión económica, o incluso si cumplirá con la definición técnica de “recesión”. Pero existe la posibilidad real no sólo de que sea un declive pronunciado, sino de que la respuesta usual a una recesión -recortes en las tasas de interés por parte de la Reserva Federal- no será suficiente para corregir el rumbo de la economía.

(Para más información sobre esto, visite mi blog: krugman.blogs.nytimes.com).
Y si eso sucede, lamentaremos profundamente el hecho de que la administración haya insistido, y que los demócratas hayan aceptado, un supuesto plan de estímulo que sencillamente no hará el trabajo.


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